diumenge, 9 de maig del 2010

Música y silencio

El año 2008, mi primer año en la Escuela, la semana cultural tuvo un tema que resultó muy interesante: la música y el silencio. Desde entonces me entraron ganas de resumir, según mi forma de verlo, lo que sobre el silencio en la música había aprendido allí y en otras lecturas y experiencias. Ahora lo hago, reuniendo en tres apartados lo que me parece más interesante.

El silencio como elemento de la música

Este es el aspecto más evidente. La música está hecha de sonidos y de silencios. Es bien sabido, y se refleja claramente en las partituras. El silencio, a pesar de ser una "nota" sin tono, timbre ni volumen, juega un papel importante en el ritmo y en el desarrollo.Todos recordamos ejemplos del tremendo valor expresivo del silencio en una obra musical.
No hace falta comentar más algo tan conocido.

La música en el silencio

La música nace en el silencio. Antes de empezar a tocar, se necesita un momento de total silencio, del cual arranca y se eleva la música. La música muere también en el silencio. Este hecho queda muchas veces desvirtuado por los aplausos, especialmente si hay claca o se teme desairar a los intérpretes. Sin embargo, puede que el público quede un momento en silencio antes de aplaudir, y ello indica que aún le posee la emoción de la música, que se prolonga extinguiéndose en el silencio que la sigue.
La música empieza y acaba en el silencio. La forma más normal de fraseo subraya este hecho, con su piano inicial y final (sin que otros tipos de fraseo dejen de mantener la misma relación con el silencio anterior y posterior).
Pero no es solo eso. Durante la ejecución, la obra se apoya sobre el mismo silencio. Tenemos que aclarar ahora, para entender el sentido de esta afirmación, que hablamos del silencio no simplemente como la ausencia de cualquier otro sonido (independientemente de que estos otros sonidos puedan perturbar, o no, la audición de la obra). Este silencio es algo, no "nada". Es lo que existe de común en todos los sonidos, sin ser ninguno de ellos. Quizás ayude a entenderlo considerar el siguiente texto:

“... ejercicio de relajación. Se puede probar en cualquier sitio y en cualquier momento, pero se hace mejor tumbado y en un ambiente de poco ruido: por ejemplo, al acostarse por la noche.”

“Escuchar, y siempre oireis algún sonido, aunque leve. Por ejemplo, el eco amortiguado de una conversación en un piso vecino. Localizar este sonido, definirlo, oir como sube y baja, se extingue y vuelve; perfilarlo hasta dibujarlo con toda claridad.”

“Entonces dejarlo de lado. No abandonarlo ni olvidarlo, sino mantenerlo apartado e intentar oir otro sonido diferente también presente. Por ejemplo, el tic-tac del reloj en la mesilla de noche. Estudiar ahora este tic- tac, examinarlo hasta que lo conozcais bien y podais dejarlo junto al anterior. Dos cosas en la noche que distinguís perfectamente, y de las que apartais vuestra atención.”

“El siguiente podria ser el motor de la nevera, o algunos coches que pasan por la calle. Finalmente, llegareis a tener localizados todos los sonidos que pueden oirse. Entonces, súbitamente, entrareis en contacto con algo sagrado. Porque oireis ahora, por debajo, el silencio, y os dareis cuenta que siempre ha estado ahí, tanto ahora como en pleno dia y en el más ruidoso ambiente. El silencio que da sentido a todos los sonidos, el que constituye la esencia de las cosas, que siempre nos acompaña y nos sostiene; el que contiene, lleno hasta los bordes, la plenitud de la vida, el vacio en que se mueven y se encuentran todos los seres.”

O, de una forma menos directa, pero más expresiva y musical, podemos entender los sonidos de la música como:

“llenos en su interior de aquella esencia indescriptible
que no es la fuerza, ni la debilidad,
la pasión ni la risa,
pero que está en el corazón de todas ellas
impregnándolas
como el recuerdo de un perfume olvidado”

Este silencio, esta esencia, ha de estar presente para que la música se desarrolle. Es su base, su entraña, su condición. Pemán, hablando de Manuel Machado, dice: “Estuvo solo, como el torero ante el toro, como el cantaor ante el silencio”. Aunque pueda entenderse como reto escénico, el silencio de que habla apunta también a ese océano que la música atraviesa como un pez luminoso.

El silencio interior

El contenido de este apartado recoge la teoría estética china, que he encontrado en el admirable libro de François Cheng "Vacio y plenitud". Este libro explica la teoría china sobre el arte, basada en los conceptos y vocabulario de la filosofia de aquella cultura, especialmente del taoismo. Cheng se centra sobre todo en la pintura, pero los aspectos generales se aplican perfectamente a la música, substituyendo donde convenga la palabra "vacio" por "silencio". Las citas posteriores, si no se especifica otra cosa, se refieren a este libro.
La forma en que la filosofia china comprende la estructura del mundo se recoge en un pasaje célebre del "Libro de la via y su virtud":

“El dao originario genera el uno
El uno genera el dos
El dos genera el tres
El tres produce los diez mil seres
Los diez mil seres se recuestan contra el yin
Y abrazan el yang contra su pecho
La armonía nace en el vacio de los alientos medianos”

Los "diez mil seres" son todas las cosas, entre ellas la música.
El "dao" (o "tao", de donde deriva "taoismo") es la nada, el vacio. Pero no la ausencia de cosas, sino más bien aquello que lo es todo sin ser nada, de donde todo procede y a donde todo vuelve, el lugar donde todo alcanza su plenitud. Para la música, es el silencio. Laozi dice del dao "se escucha sin oir y se le llama Inaudible. Silencioso, ilimitado". Y Zhuangzi “donde se vierte sin nunca llenar, donde se saca sin nunca agotar”.
El dao engendra el uno, el principio de todas las cosas. En Occidente decimos el ser, pero la filosofia china, más dinámica, le llama "el aliento primordial". Esta idea se aplica mejor a la música: su principio es un aliento, es decir, un impulso.
El "dos" generado por el impulso primordial son todas las cualidades de los seres, que los chinos entienden a pares, pares que a la vez se excluyen y se complementan mutuamente: claro-oscuro, húmedo-seco, exterior-interior, sol-luna, etc. En la concepción china los dos extremos no solo se oponen sino que, podríamos decir, se "estimulan" el uno al otro. Uno es yang, fuerza activa ("abrazan contra su pecho"), el otro yin, suavidad receptiva ("se recuestan"). Ellos constituyen a los "diez mil seres". La música se construye con muchos de estos pares: grave-agudo, piano-forte, picado-ligado, consonancia-disonancia, fuerte-débil...
Sin embargo, para que el "dos" genere a los diez mil seres primero debe generar al "tres". El "tres" es los mismos yin y yang, a los que se añade un tercer elemento, el "aliento mediano" en el vocabulario chino, que es precisamente un vacio, un silencio entre el yang y el yin. Como todo silencio (igual al dao primigenio) es un impulso y permite la "armonia", es decir, el funcionamiento armonioso del par yin-yang: los atrae y permite un proceso de transformación recíproca. De esta manera los convierte en algo vivo, pues "Sin él, el yin y el yang estarian en una relación fija de oposición; serían sustancias estáticas y como amorfas".

Un silencio interior atraviesa toda la música, separando, uniendo y dinamizando sus elementos; ahora si pueden crearse diez mil obras musicales. Este silencio interior les da vida, pues, aunque quizás parecen compactas "hasta el punto de no dejar circular el aire", dan al mismo tiempo la impresión de que en su interior "pueden galopar los caballos a sus anchas" (Huang). Siempre existe este espacio de silencio, de vacio, de indeterminación. Silencio interior que permite al intérprete asumir la obra y convertirla en su propia interpretación. Que permite al oyente penetrar en la música (o ser penetrado por ella) y sentir que aquel es su propio ritmo, su propia melodía, sus propias emonciones, su propia vida que le arrastra. Como dicen tan bellamente los chinos, la casa tiene paredes, puertas, ventanas, tejado; pero lo que la hace habitable es el vacio que hay en su interior.
Por eso "No escuches con tus oidos, sino con tu espíritu; no escuches con el espíritu, si no con tu aliento. Los oídos se limitan a escuchar; el espíritu se limita a respresentarse. Sólo el aliento que es vacio puede..." (Zhuangzi). En Occidente hubiéramos dicho: no escuches con los oidos, no escuches con tu mente, escucha con tu espíritu. O mejor: con tu impulso. Impulso que encontramos en la propia música y en nosotros mismos, liberado en ese silencio interior, en esa apertura que nos permite sumirnos en el milagro que llamamos música.

Antonio Llerena
alumno de l'EM Victòria dels Àngels
abril 2010